Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
social del bibliotecario. Documentación de archivos orales sobre el patrimonio cultural
intangible conservado en la memoria de los libros vivientes. Entrevistas, semblanzas,
historias de vida. Reflexiones en torno a la bibliotecología indígena y comunitaria.

sábado, 24 de agosto de 2013

Ignacio Epinayú Pushaina: el valor de la palabra de un archivista wayuu

Semblanza de Ignacio Epinayú Pushaina archivista wayuu, quien ha reflexionado sobre los alcances de la bibliotecología en contextos comunitarios e interdisciplinarios. Resultan reveladoras no solamente las construcciones reflexivas de este profesional de la información, sino también sus interpelaciones y cuestionamientos, tornando visible una apertura hacia otras formas de conocimiento. Un modo crítico y comprometido de tender un puente entre culturas.
Es un hombre que camina entre sus paisanos, motivándolos a comprometerse en la revalorización del patrimonio ancestral, compartiendo una disciplina y un modo de entender el mundo. Es también un palabrero, un mediador de la cultura, alguien que construye en forma endógena los valores de su pueblo. Las imágenes lo muestran de pie, dentro de un círculo, conversando, enseñando, colaborando desde la coherencia con que asume un compromiso ante su gente.
Es realmente significativo saber qué piensa, y de enorme valor para quienes deseen, desde un sentido intercultural, favorecer la construcción de un nosotros.

Palabras clave:  BIBLIOTECOLOGÍA SOCIAL; BIBLIOTECOLOGÍA POLÍTICA; ROL SOCIAL BIBLIOTECARIO

Noticia biográfica:
Ignacio Manuel EpinayuPushaina, wayuu del grupo familiar (eirruku) Pushaina,  hablante de wayuunaiki. Es considerado un referente de la denominada Bibliotecología Social. Ha escrito y participado en eventos relacionados con Bibliotecas interculturales, archivos orales, bibliotecas indígenas y centros de documentación indígenas. Autor de las Ponencias: “Nosotros también somos historia: lineamientos para la recopilación, conservación y difusión de la memoria oral wayuu” (2007) y “Los archivos de la oralidad como propuesta metodológica para establecer espacios de diálogo intercultural” (2009). Coordinó la realización del primer curso de capacitación en “Bibliotecas y Centros de Documentación Indígena”, en la Organización Nacional Indígena de Colombia, con participación de jóvenes indígenas en el año 2007. Diseñó el modelo de Centro de Documentación de la Nación Wayuu, ha participado en “círculos de la palabra”, organizado por la Junta Mayor de Palabreros Wayuu, un espacio valioso donde el conocimiento comunitario wayuu es compartido entre los paisanos de la cultura. Ha colaborado para que el Patrimonio oral e inmaterial de la cultura wayuu sea reconocido a nivel nacional como sistema normativo. Es posible consultar sus reflexiones en su blog personal:  http://epinayup.blogspot.com.ar/


Entrevista:

Ignacio, a modo de introducción, me interesaría saber cual es la ubicación geográfica de la comunidad/nación indígena Wayuu donde colaboras.

La Sociedad wayuu tiene asentamiento en el Departamento de la Guajira en Colombia (ubicada en la parte norte del país), y el Estado Zulia en la República Bolivariana de Venezuela. El trabajo de recopilación de información, se realiza en cortas estancias en Uribia. Uribia es denominada “Capital Indígena de Colombia”, allá se celebra anualmente el Festival de la Cultura Wayuu, en este municipio de encuentra la toda la extensión de la Alta Guajira Colombiana, que es el territorio ancestral wayuu; la ONIC tiene su sede en la Ciudad de Bogotá, es la entidad donde organicé el primer curso de capacitación en “Bibliotecas y Centros de Documentación Indígena”, con participación de jóvenes indígenas en el año 2007. La Junta Mayor Autónoma de Palabreros Wayuu tiene la sede en Maicao (La Guajira), pero realiza los círculos de la palabra en todo el territorio wayuu (Colombia y Venezuela).

Nota del entrevistado: La Nación Wayuu, como proceso histórico y cultural existió antes de la conformación de los Estados Nacionales de Colombia y Venezuela. Geográficamente se encuentra ubicada en el Estado Zulia en Venezuela y el Departamento de la Guajira en Colombia, es decir somos una nacion (cultural) en medio de 2 Estados.

¿Por qué la inserción en el mundo de las bibliotecas y los archivos?
Primero fui usuario frecuente de la biblioteca pública en mi pueblo (Uribia), no sabía que había una profesión para gestionar bibliotecas y archivos. En Colombia, los programas de formación de Bibliotecología y Archivística son uno solo (en otros países cada disciplina tiene su propio programa de formación).
¿Qué opinas del rol social del profesional de la información?
Es un reto y una oportunidad para salir de los estantes y paredes que separaban a la biblioteca de su entorno social. El profesional de la información se convierte, de esta manera, en actor activo de los procesos sociales que suceden en su entorno, y contribuye al fortalecimiento de la participación ciudadana, al fortalecimiento de las identidades locales. Lo anterior, sin perder la identidad y los principios que rigen su labor.
¿ Recordás en qué momento surgió la necesidad de revalorizar el conocimiento de los abuelos wayuu?
Si. Eso fue a finales de 2006. Hay una lista de correo que se llama infoesfera y alguien hizo un comentario sobre bibliotecas aborígenes, bibliotecas indígenas, archivos orales… y tuve la revelación de Gabriel García Márquez cuando leyó “La Metamorfosis”: – ¡Esto se puede hacer desde lo indígena!, y comencé a interesarme en el tema de las bibliotecas indígenas, conocimiento tradicional, archivos orales… a comunicarme con personas que escribían o hacían trabajos similares. Como resultado de eso organicé el primer curso de capacitación en “Bibliotecas y Centros de Documentación Indígena”, en la Organización Nacional Indígena de Colombia, con participación de jóvenes indígenas en el año 2007. Después, he realizado actividades de recolección de información (no muy sistematizado) en periodos cortos en la guajira. También participé en diseño del Centro de Documentación de la Nación Wayuu, un proyecto que forma parte del Plan Especial de Salvaguardia del Sistema Normativo Wayuu, incluido en la Lista Representativa de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la Unesco en 2010. 
En tu artículo titulado “Los archivos de la oralidad como propuesta metodológica para establecer espacios de diálogo intercultural” planteas algunas preguntas muy interesantes acerca de la relación biblioteca pública-comunidades indígenas ¿Percibís actualmente un interés genuino entre las comunidades wayuu y alijuna para fortalecer, desde el espacio bibliotecario, la identidad cultural del país?
No hay voluntad política por parte de los gobiernos locales para hacer realidad lo que planteas. Sin embargo, no podemos esperar que los gobiernos hagan todo. Es deber de todos los ciudadanos, de las diferentes organizaciones y personas para construir puentes para establecer diálogos interculturales. Los wayuu siempre hemos estado con la disposición para compartir nuestros conocimientos con los demás. ¿Están dispuestos los alíjuna para conocer y comprender nuestro conocimiento de manera respetuosa?, ¿están dispuestos los alíjuna a reconocerse en el otro?.
         Ignacio Manuel Epinayu Pushaina, en un círculo de la palabra, explicando cómo sería el                     Centro de Documentación de la Nación Wayuu (Julio de 2010)
¿Existen en la cultura wayuu bibliotecas pensadas como lugares de encuentro donde se recrea la palabra, donde la coexistencia habilita el diálogo, la conversación, el conocimiento local?
Un autor afirmaba que “de la misma manera que un hospital asentado en un territorio indígena no es Medicina Tradicional, una biblioteca asentada en un territorio indígena no es Biblioteca Indígena…”
Existen espacios donde se comparte la palabra, la enramada, es el lugar donde las familias se reúnen, es el espacio social por excelencia. La cocina es el lugar donde los núcleos familiares comparten sus temores al caer la noche y cuentan sus sueños al amanecer. Actualmente, la Junta Mayor Autónoma de Palabreros es una institución que recorre el territorio ancestral y realiza los “círculos de la palabra”, que es un ejercicio de dialogo intergeneracional, en estos encuentros el palabrero (es una persona con autoridad moral que actúa como mediador para mantener o restablecer la armonía social entre los clanes wayuu) le cuentan a los niños su experiencia de vida y la importancia de la palabra para mantener la armonía social.
Resultó realmente interesante el aporte que generó tu participación en el encuentro sobre interculturalidad y Biblioteca Pública realizado en la Biblioteca Nacional de Colombia ¿qué opinión te merecen esta clase de encuentros? ¿has llegado a replicar ideas de otros autores, compartidas en congresos?
El evento del que me hablas fue un excelente escenario para mostrar experiencias, dialogar acerca del papel de la biblioteca como espacio de construcción de identidad local, como espacio de diálogo intercultural. La biblioteca como punto de encuentro, preservación de la memoria de pueblos a través de materiales no librarios… Conocer personas que escriben y desarrollan actividades como las que tú realizas es muy importante para entender lo valioso del trabajo silencioso de quienes hacen de la información un recurso vital para la construcción de identidad. Pienso que se pueden replicar experiencias, pero también se requiere fortalecer la comunicación, construir redes de comunicación entre quienes trabajamos en temas comunes.
¿Qué conceptos, dentro de la profesión, consideras que han cobrado relevancia?
Pienso que hay varios conceptos que se encuentran vinculados a paradigmas actuales, como la tecnología, democracia, interculturalidad, participación ciudadana, globalización… de esta manera se habla frecuentemente de alfabetización informacional, usabilidad, gobierno electrónico… 
En tu blog personal se advierte un profundo conocimiento de la cultura wayuu, sumado a una postura crítica de cómo entiende el “alijuna” el significado simbólico de los valores y costumbres wayuu ¿es posible la construcción de un nosotros? ¿se inserta naturalmente la biblioteca en esa eventual construcción?
Soy wayuu. He tenido la fortuna de vivir y hablar en el mundo wayuu y alíjuna. Lo anterior para decir que soy tan ignorante de lo alíjuna (no wayuu), como el alíjuna puede ser ignorante de lo wayuu. El camino que nos queda es reconocer lo que nos falta en el otro, tender puentes para reconocernos en el otro. La biblioteca como espacio de construcción de identidad, de fortalecimiento de la cultura, como espacio de diálogo, puede ser ese puente.
Entre tus escritos encontramos el siguiente texto: “El fortalecimiento de la lengua, a partir de diálogos intergeneracionales en las noches de luna llena y no en tallercitos” ¿se ha logrado este enfoque en alguna comunidad wayuu?
Como te dije anteriormente, la Junta de Mayor Autónoma de Palabreros recorre el territorio wayuu realizando “círculos de la palabra”, como una apuesta para hacer diálogos intergeneracionales. En ese espacios los palabreros wayuu cuentan historias de la cultura wayuu, experiencias propias, reviven mitos y narraciones del mundo wayuu, ellos sostienen la palabra y los niños y jóvenes escuchan. Se hacen diálogos intergeneracionales, pero también revitalización lingüística.
Se menciona el carácter matrilineal del sistema de organización social y familiar wayuu, lo que habla de una compleja diversidad cultural (“es por ello que podemos ver en nuestro territorio ancestral wayuu rubios de ojos azules y también negros de cabellos quietos”) ¿Ha podido la biblioteca, o los servicios bibliotecarios, representar esa diversidad? ¿Existen materiales en wayuunaiki que den cuenta de los variados aspectos de la cultura?
Bueno, creo que te he mencionado el panorama de la Biblioteca Pública en el Departamento de la Guajira, pero ciertamente la biblioteca se ha quedado rezagada en establecer espacios de diálogo intercultural que materialice el carácter pluriétnico y multiculural de la Nación Colombia en general y de la Guajira en particular. Pienso que estos diálogos interculturales se pueden desde las escuelas, donde hay niños wayuu y alíjuna; la Junta Mayor Autónoma de Palabreros Wayuu, que es una iniciativa de los viejos palabreros wayuu, tiene espacios en los círculos de la palabra, donde los palabreros cuentan sus experiencias a estudiantes de escuelas en las localidades donde se realizan dichos círculos. Con el funcionamiento del Centro de Documentación de la Nación Wayuu, se espera que la difusión de materiales sea amplia para apoyar procesos de reafirmación cultural. Existen materiales (cartillas) que usan en los centros educativos, pero siendo la lengua wayuu totalmente oral ¿se puede transmitir la cultura oral por medio de textos escritos? Hace varios meses escuché que se publicó Cien años de soledad en wayuunaiki. ¿Quien leerá ese fantástico libro en wayuunaiki?, ¿entenderán la magia de cien años de soledad desde el contexto cultural wayuu?, ¿por qué no pensar en audiolibros para que los viejos, niños y jóvenes wayuu hablante de wayuunaiki escuchen otras historias de otros mundos, en el idioma propio?
En el municipio de Uribia, considerada capital Indígena de Colombia, la población wayuu es aproximadamente del 95%, si un bibliotecario desea construir acervo local, que represente las características culturales del pueblo wayuu ¿Donde debería registrar conocimiento?

Uribia es un extenso territorio de 8.000 km2, con 120.000 habitantes, siendo el 96% wayuu. La población es mayoritariamente rural, distribuida en pequeñas poblaciones distantes unas de otras. Funciona una biblioteca municipal y unas pocas bibliotecas en lugares apartados, por lo general anexadas a las escuelas rurales y todas funcionan bajo el esquema de bibliotecas tradicionales: lugares donde se almacenan libros. Si se decidiera crear un acervo local, habría que conocer las formas de transmisión de conocimiento, el espacio donde se transmite el conocimiento y como se almacena el conocimiento. Implica conocer el perfil de los usuarios, adicionalmente se debería pensar en cómo registrar, conservar, preservar y difundir el conocimiento. Y lo más importante: que sea asimilable culturalmente y que contribuya a generar espacios de diálogo intercultural.  
Sarrakana Pushaina, palabrero wayuu, haciendo trazos en la arena para enseñar, en un “círculo de la palabra”.
Ignacio, una de las imágenes gentilmente compartidas muestran a un palabrero wayuu, Sarrakana Pushaina, haciendo trazos en la arena para poder verbalizar un conocimiento. De este modo construye con el bastón una respuesta que le permitirá leer lo marcado en el suelo ¿existen registros fotográficos o estudios de esas imágenes?

Siempre me ha llamado la atención las escrituras en la arena. Realmente ese bastón no tiene más utilidad que apartar elementos en el camino, para apoyar la posición del caminante cuando descansa. Cuando se está "palabreando" pienso que es una forma de hilar el discurso, de darle sentido a las palabras. Este ejercicio de "marcar" la arena no es exclusivo del palabrero, por lo general lo hacen todos los ancianos. Hasta donde se, el tema de "marcar la arena" es tan cotidiano que creo que no se ha realizado investigación sobre el tema. (Sólo usé este recurso en alguna ocasión en que les explicaba a mis hermanos la historia del libro y las bibliotecas).
Tu blog cita una frase del poeta wayuu Vito Apshana que dice “Cuando vengas a nuestra tierra, descansarás bajo la sombra de nuestro respeto  ¿Por qué la elegiste? ¿cuál es tu interpretación?
Había leído la frase antes de conocer a Vito Apshana. La frase está en un verso del poemario que se llama "contrabandeo sueños con arijunas cercanos". Escogí esa frase porque encierra lo que somos como anfitriones. Recibimos al visitante con calidez y respeto; le damos la mejor comida, la mejor atención, el mejor chinchorro para dormir. Atendemos a las visitas en una enramada para protegernos del sol, la enramada se vuelve el espacio social por excelencia durante el día. La frase me parece inspiradora: es una invitación a que nos visiten, a que nos conozcan, el visitante sólo puede esperar de nosotros hospitalidad y respeto. Así somos.
¿Cómo definirías a un bibliotecario?
Es el garante de la recuperación, organización, preservación y difusión de la información. Eso lo hace una persona con muchos conocimientos, con sensibilidad social, un ávido lector. No solo de textos, sino del entorno para saber cuáles son las necesidades y expectativa de los usuarios. Un bibliotecario debería ser un mediador competente entre la palabra y las necesidades de los usuarios, como una especie de palabrero!
Por último, dos preguntas en una: qué libro te ha impactado y que relato oral te ha producido la misma sensación.

Dos libros que me han impactado: “sobre la misma tierra” (Rómulo Gallegos) y la “increíble y triste historia la cándida Eréndira y su abuela desalmada” (Gabriel García Márquez). En la primera muestra la paradoja de la riqueza que produce el petróleo en el golfo de Maracaibo y a escasos kilómetros un pueblo (wayuu) muriéndose de hambre y sed; en la segunda obra se muestra elementos culturales wayuu (los sueños, la esclavitud, el respeto por los muertos, el contrabando…).
Un relato que me impactó por la musicalidad, por la habilidad del narrador (Corriente IPuana), donde narra el origen del faro que ilumina las noches en el cabo de la vela (según el relato, el faro se encuentra sobre los restos de un wayuu que naufragó siendo niño, luego fue rescatado y adoptado por un capitán de un barco extranjero, regresó buscando sus orígenes y finalmente pidió que sus restos mortales fueran sepultados en territorio wayuu como es costumbre).
Lo anterior, para mostrar que los wayuu siempre hemos estado presentes en los relatos de los alíjuna (en el lado oscuro de la moneda, por supuesto) y los alíjuna están presentes en nuestros relatos, en nuestros sueños (produciéndonos dolor). Ambos, alíjuna y wayuu, tenemos las mismas preocupaciones, las mismas tribulaciones, los mismos sueños… vividos de una manera diferente, soñados de una forma diferente, pero atados a las mismas realidades. ¿Entonces por qué nos negamos a reconocer-nos?...


Ignacio Manuel Epinayu Pushaina, junto a 2 palabreros, el día de la Declaratoria del Sistema Normativo Wayuu como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad (noviembre de 2010)

Bibliografía consultada:

Página de Ignacio Epinayú Pushaina en Infoesfera: Arquitecturas de la información

Blog personal:
http://epinayup.blogspot.com.ar/

Plan especial de salvaguardia del sistema normativo wayuu aplicado por el PÜTCHIPÜ'ÜI
www.mincultura.gov.co/?idcategoria=37703&download=Y

sábado, 3 de agosto de 2013

¿Dónde están los bibliotecarios?


Recientemente surgió una pregunta que habría que contextualizar bajo el plano del rol social bibliotecario. El interrogante, gentilmente formulado por Enzo Abbagliati en el sitio web Uvejota, cuestiona por qué no hay bibliotecarios en los grandes debates sociales del mundo actual, lo cual, considerando un territorio interdisciplinario, lo ubica como un profesional ausente o invisible en la construcción de dichas discusiones.

Algo de todo esto viene desde el fondo de los tiempos, el estereotipo bibliotecario que ha quedado inserto en el imaginario colectivo desde la época medieval, donde los “guardianes de libros” custodiaban selectas colecciones sin permitir el acceso al vasto mundo iletrado. Más de una vez cité el excelente trabajo de Zunilda Roggau sobre los estereotipos en la profesión, y en este caso viene a cuento la supuesta invisibilidad del accionar bibliotecario cuya presencia, a pesar de las numerosas intervenciones en las que se ha visto involucrado, sigue siendo rotulada como inexistente para el resto de la sociedad.

Analicemos, si tal cosa es posible, algunas situaciones que lograron insertar la figura del bibliotecario en complejos escenarios de problemáticas sociales, sin ir muy lejos en el tiempo, lo ocurrido con las denominadas “Brigadas Internacionalistas Solidarias para las Bibliotecas y los Archivos de América Latina” (BRISAL), que como se sabe, se ha tratado de equipos de trabajo conformados por bibliotecarios, archiveros y personas solidarias con la Revolución boliviana, quienes colaboraron durante períodos cortos de tiempo realizando diferentes actividades de carácter técnico y no técnico en centros de conservación, documentación, archivos y bibliotecas de Bolivia. Fue tal el impacto que la idea se extendió a los países de Chile y Perú. Habría que recalcar el sentido de la propuesta: profesionales de la información que ofrecieron su tiempo y su trabajo como voluntarios  para colaborar en la reparación de las diferentes unidades de información que se encontraban en situación edilicia vulnerable, contando con el único recurso disponible: el humano.
Quien suscribe recuerda interesantes debates y muestras de apoyo que se suscitaron entre los colegas que participaron en dicha experiencia, cuyas tareas fueron registradas por diferentes publicaciones ajenas a la profesión.

Recordar esto me viene a la mente, haciendo un esfuerzo para dar un salto hacia otro plano y otro contexto, lo sucedido con la agrupación “Médicos sin fronteras”, donde un grupo de profesionales ha brindado asistencia médica gratuita en países con situaciones de riesgo sanitario (terremotos, inundaciones, epidemias, guerras, etc.), en este caso la primer lectura que uno hace es que el hecho realmente trasciende “hacia fuera”, el emprendimiento genera impacto, y la construcción de quienes deciden participar ubica a estos profesionales en el centro del debate mundial, en especial desde las acciones realizadas conceptualmente más que desde los nombres propios incluidos en el proyecto. El hecho ciertamente sobrevuela las paredes de la profesión y se analiza desde un marco interdisciplinario. Como bibliotecario estoy al tanto de este trabajo, habría que analizar cuantos médicos, sociólogos, psicólogos, arquitectos, y demás profesionales están al tanto de lo sucedido con las intervenciones bibliotecarias en dichos contextos. Desconocerlo no me habilita para cerciorar la supuesta invisibilidad de una profesión. Pero la lectura simple que se hace es que los médicos en este caso son “visibles” y a los bibliotecarios “no se los ve”.

Podría citar otros ejemplos de bibliotecarios cuyo sentido ético ha sido valorado por fuera de la disciplina, como el reconocido caso de la USA Patriot Act donde cuatro bibliotecarios estadounidenses se negaron a brindar información de los usuarios de la biblioteca al gobierno de EEUU, llegando incluso a que sus nombres fueran considerados una “amenaza para la seguridad nacional”. En ese contexto (año 2005, con intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán) una orden federal de secreto les impedía revelar que eran los demandantes del conocido caso “John Doe Connecticut” (en Estados Unidos “John Doe” se usa cuando el nombre de un caso legal no puede ser revelado), hace falta recordar que estos bibliotecarios, luchando por vías legales, lograron recuperar el derecho a la libre expresión, a preservar la intimidad de los lectores de bibliotecas y a alertar sobre la amenaza que por entonces existía sobre los derechos y libertades de los ciudadanos en Estados Unidos.

Si tuviéramos que traer a este escenario los padecimientos de los bibliotecarios a lo largo de la historia no alcanzarían las páginas de un libro para abordarlo debidamente, desde los bibliotecarios detenidos-desaparecidos en la dictadura argentina, pasando por las investigaciones de Fernando Báez sobre la destrucción de patrimonios culturales y quema de libros (párrafo aparte si tengo que citar el reciente trabajo de este bibliotecario, quien, a la manera de un Rimbaud, estuvo recorriendo buena parte de África siguiendo la ruta trashasariana de los libros, un trabajo inimaginable en otros contextos). También podríamos traer a colación aquellos esfuerzos del director de la Biblioteca de Irak, Saad B. Eskander, quien se hizo conocido mundialmente por el mantenimiento de un blog en el que iba escribiendo un diario –en plena guerra de ocupación estadounidense– desde la propia Biblioteca Nacional Iraquí dando a conocer al mundo los avatares cotidianos de la biblioteca y de la vida en Bagdad.

Hace falta leer y releer los artículos que formaron parte de las publicaciones “De volcanes llena: biblioteca y compromiso social (2007) y Biblioclastía. Los robos, el miedo, la represión y sus resistencias en Bibliotecas, Centros de documentación, Archivos y Museos de Latinoamérica (2008) donde nos recuerdan que siempre hubo bibliotecarios en los grande debates sociales del mundo. Allí están sus nombres, no son invisibles, se los puede encontrar en sus respectivas bibliotecas, poniendo el cuerpo a las ideas, construyendo significado en cada congreso, seminario o jornada.

En 2007 participé del primer Congreso de Educación Superior (bajo el eje Sujetos, conflictividad e interculturalidad) realizado en Mar del Plata. En dicho espacio, a través de foros, talleres, mesas redondas y paneles de debate, directivos, docentes y estudiantes compartieron trabajos académicos, de investigación y extensión sobre diversos ejes temáticos, relativos en su gran mayoría a la implementación de políticas públicas para la educación superior, institutos de formación docente, organización y gestión de los institutos superiores y modelos educativos entre otros.
Recuerdo que algunos asistentes quedaron sorprendidos por la enorme incidencia que podía tener un bibliotecario en la construcción social de conocimiento. Lo que me llamó la atención fue la ignorancia ajena de dicho alcance, y eso que estamos hablando del plano docente, en un congreso con mayoría de docentes y en los cuales cada una de esas escuelas cuenta con bibliotecas, realmente hubo un desconocimiento hacia aquellas personas que, siguiendo el razonamiento, parecen venir al mundo para cumplir la simple misión de “entregar el libro en la mano”, y por ahí, inconscientemente, perdura la idea del custodio medieval, el bibliotecario que exige silencio con el semblante grave y sin deseos de establecer una comunicación con el usuario.

Hagamos de cuenta que estamos payando. Es en este momento donde quiero aportar mi cuota de provocación. De mi parte quiero creer que el rol del bibliotecario pasa por otro lado, se encuentra, entre otras cosas, no solo adentro sino por fuera de los límites físicos de la biblioteca, actualmente es donde más sentido le encuentro, la búsqueda de conocimiento y recuperación de información que no suele ser considerada por los grandes medios, y que cobra un valor inusitado cuando dicha información se transforma en documento. Ciertos bibliotecarios presencian esa transformación, pero pareciera que se tratara de un trabajo aislado, una mera cruzada personal. Al facilitar la posibilidad de generar el propio acervo, el bibliotecario asigna un valor a la información, entrevistando personas, logrando resguardar otras formas de conocimiento, pero entonces la pregunta se vuelve a imponer ¿Dónde está el bibliotecario? Y la respuesta puede ser simple: en la calle, con la gente, creando colecciones, construyendo conocimiento documentado, fortaleciendo identidades en riesgo, otorgando voz a los que nunca la tuvieron, un rol que es a la vez un compromiso social, el sentido pleno de la vocación, es allí donde advierto la particularidad de estar librando anónimas batallas silenciosas, invisibles para los demás, pero que dejan huella en la persona, en el usuario, porque de algún modo, para el común de la sociedad, el bibliotecario abandona la idea de custodiar un recinto para darle utilidad social a los documentos, colmando de significados el rumbo de la profesión.

Si muchos de los bibliotecarios que grabaron conocimiento de los llamados libros vivientes no hubieran hecho esa tarea es probable que buena parte del saber comunitario indígena y campesino se hubiera silenciado para siempre, ignorándose en las profundidades del entendimiento. Las sociedades suelen avanzar sobre aquello que se desconoce, consumiendo contenidos académicos sin sentido de representatividad, y así se admiten verdades sin matices, cuyo anclaje resulta la memoria inconsulta de un semejante, de alguien que desde siempre conservó un saber en su memoria y que sin embargo no lo pudo comunicar a la sociedad.

Entiendo que no todos desandan estos caminos, pero existen, y vuelvo a reiterar: desconocer el alcance y sentido de una profesión no me habilita para cerciorar la supuesta invisibilidad de la misma. En esas silenciosas luchas se encuentran muchos bibliotecarios. Están, pero muchas veces uno no ve lo que no quiere ver, o simplemente no ve aquello que en realidad desconoce. Ni hablar en este caso de la falta de recursos.
Toda información que ingresa a una biblioteca debe ser articulada por el bibliotecario para asignarle utilidad, capacidad de uso, pero si la biblioteca no cuenta con partidas presupuestarias acordes, la responsabilidad ética del bibliotecario queda coartada por el sistema; hará lo que pueda y como pueda, pero no tendrá oportunidades para promover un desarrollo equitativo de los recursos. Es una realidad inserta dentro de las llamadas sociedades de la información, y contra la cual solo queda apelar al ingenio, la voluntad y el trabajo permanente.

Quiero finalmente acercar unas palabras de Robert Endean Gamboa con la intención de agregar una pequeña curvatura en la discusión. Tiene que ver con la revisión y análisis de los conceptos. En un artículo muy interesante, publicado en el blog “Problemas del campo de la información”, este bibliotecario mexicano reflexionó sobre las disyuntivas que nos ocupan, mencionaba el quehacer de la profesión, y arrojó un concepto que espero no pase desapercibido para los colegas, en palabras sencillas dijo lo siguiente:

…los médicos medican, los archivistas archivan, los abogados abogan... ¿y los bibliotecarios? Estoy convencido de que nosotros bibliotecamos…

Pudiera parecer ocioso creer que una palabra nueva tiene el poder de cambiar el estado de cosas actual, pero es así de cierto, como que si designáramos "bibliotecar" para definir la acción de coleccionar recursos de información en distintos soportes y formatos para tener una ventaja competitiva ya estaríamos fijando algo nuevo en la realidad e insertándonos en ella como parte de lo que así se designa.

De esta manera, cuando alguien me pregunte a qué me dedico, le diré que lo que yo hago es bibliotecar, y que para hacerlo me he formado como bibliotecario profesional. Parece simple, ¿no?

Luego el autor revisa los eventuales alcances del término, con la intención de asignar un entendimiento de aquello que habitualmente forma parte de nuestro mundo. Considero que hay muchas preguntas que los bibliotecarios nos venimos haciendo desde hace tiempo, tal vez haya sido así desde siempre, es lo que finalmente debería tener gran importancia: hacernos preguntas, en vez de andar copiando recetas, Robert Gamboa las recupera una vez más:

¿Qué coleccionar? ¿Cómo coleccionar? ¿Cuándo coleccionar? ¿Por qué coleccionar? ¿Para qué coleccionar? ¿Cómo decidir cuáles productos realizar? ¿Cuáles servicios son mejores para el tipo de productos? ¿Qué los hace mejores? No obstante, no se agotan las interrogaciones, pues ¿bibliotecar abarca también el archivar? ¿Cuál es la relación entre bibliotecar y documentar? ¿Y con almacenar? Estas últimas cuestiones parecen apuntar a una taxonomía de las colecciones…

Usar el lenguaje para abrir nuevos horizontes a nuestro quehacer puede ser resultado de buscar novedades, pero también sirve para tratar de captar soluciones. Bibliotecar es una palabra nueva que puede servir para imprimir un sentido a nuestro quehacer, pero su utilización requiere la revisión de todo lo que somos y hacemos, lo cual imprime a su existencia el carácter de un problema complejo, en tanto que instaura una nueva realidad, una nueva forma de vernos y observar el mundo en el que estamos…

Y ya creo, por la extensión, que es mejor pasar la guitarra a otro payador, así nos iremos enterando de lo que sabe quien.